7 jun 2009

alegría

Hay quienes creen que la felicidad solo puede residir en el futuro, una especie de porvenir absoluto en el que uno, muerto, habrá resucitado a una felicidad fuera-del-tiempo. Casi siempre, en estos casos, la felicidad sería algo con lo que se debe uno re-ligar, dependiendo de si lo merece uno o no con base en cómo se haya comportado en la vida; pues el supuesto del “re” es que alguien, no uno mismo sino, seguramente, la especie, conoció ya esa felicidad alguna vez en un pasado muy remoto. La historia es una especie de línea recta que eventualmente formará un círculo, pues pasado y futuro se encontrarían en un punto final de plenitud y consumación del tiempo. Esta es siempre una felicidad religiosa, pasada o futura pero nunca presente (el presente, en cambio, la vida, por ejemplo, es un valle de lágrimas o debiera serlo).

Hay quienes creen que la felicidad solo existe como pasado, pero pasado experimentado, una especie de recuerdo o reminiscencia de momentos ya vividos. La felicidad sería entonces el recuerdo del buen tiempo vivido con x o y, o en el año tal o cual, en todo caso una época casi siempre breve en la que nadie enfermó ni murió ni hubo divorcios ni siniestros, en la que muy probablemente no había escasez económica y el tiempo pasaba acompasado y brillante como una flemática jornada de verano. Esta felicidad psicológica es más una nostalgia por sensaciones o afectos que una sensación o un afecto efectivos, actuales; por lo tanto, está atravesada de una ausencia fundamental, la de toda memoria y su carácter de huella o símbolo. Y la felicidad no puede estar atravesada de ausencia ni símbolos.

Hay también quienes creen que la felicidad solo puede ser algo vivido en el momento actual, por muy difícil que sea precisar algo así como un “momento actual”; la actualidad misma, el flujo continuo de la consciencia “presente”, eso que ni siquiera cabe en una sola palabra porque hasta las palabras entrañan ya el paso del tiempo, aunque sea escasísimo, cierto “antes” y cierto “después” (concatenados precisamente por ese siempre huidizo “ahora”) sin los cuales la compresión del lenguaje sería imposible; pero, entonces, esto no le va bien a la felicidad, pues para ser presente, tendría que ser más bien una suerte de plenitud de la consciencia vivida, sin pasado ni futuro, puro presente; de modo que esta especie de felicidad zen es esa rara sensación que vivimos en los momentos verdaderamente alegres de nuestra vida, pero por eso mismo, en sentido estricto, no sería felicidad sino alegría; porque la alegría, a diferencia de la felicidad, no rehúye el tiempo, lo aprovecha más bien, lo penetra, lo escama como a un pez, lo pela como a una fruta y brinca en él, por ejemplo con las convulsiones de la risa.

Y bueno, eso, otra manera de decir que “ahora mismo” creo sentirme un poquitín alegre por poder estar dejando pasar el tiempo sin ocupaciones graves, anotando más bien estos apuntes sin mucho afán ni deber, porque sí, simplemente porque puedo.

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3 jun 2009

viaje

Había olvidado que el sentido de la escritura es el mismo que el del viaje: perderse a sí para reencontrarse, en otros y con otros, hacerse otro; es decir, no dejar de vivir, de querer vivir; o bien: conocer lo humano y el mundo, lo infinito, la posibilidad de ver emerger en uno mismo la idea de infinito.

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