23 abr 2007

normalidad

Por siglos, a los seres humanos nos ha fascinado la idea de que somos únicos, excepcionales, de que nada en la naturaleza se asemeja siquiera a nuestra excepcionalidad. Solos nosotros tenemos razón, por ejemplo, o solo nosotros tenemos alma, lo cual es casi siempre equivalente a lo primero, aunque en versión religiosa; o peor: solo nosotros tenemos sentimientos. De incontables maneras han querido hacernos creer que tenemos alguna cualidad especial que nos hace superiores al resto del mundo animal, incomparables, más dignos, o divinos.

Claro, de Darwin hacia acá hemos empezado a aceptar que todos los rasgos humanos los expresa, en diferente grado, algún animal… Por otro lado, en la naturaleza cada especie es única, o cada una tiene su especificidad. Cada especie es a la vez semejante y diferente de otras, pero también única, con algún rasgo particular, físico, o de comportamiento, etc… Es cierto, por ejemplo, que solo nosotros hemos construido naves espaciales para ir a la luna, pero nosotros no sabríamos cómo indicarles a otros, simplemente bailando en la oscuridad, en qué dirección y a qué distancia hay un botín de alimentos, como hacen las abejas en sus extrañas danzas en el interior oscuro de una colmena. O no podemos simplemente cambiar de sexo porque así lo exija el contexto donde estemos, como hacen algunas especies de peces ante la necesidad; ni tenemos moco de elefante, ni segregamos veneno ni nos crecen plumas de pavo real…

Y al mismo tiempo que sueñan con ser únicas en todo el universo, las personas humanas corrientemente se desesperan por “normales”, encajar, ser aceptadas. Es como si simultáneamente nos devoraran dos ansias: de singularidad y de normalidad. No en vano cada día parece más firme el propósito político de que llegue a ser normal que a cada quien se le acepte tal como es.

Y acaso si cada especie es única, también cada individuo sea único; digo, cada individuo de la especie, sea chimpancé, elefante o sapiens sapiens. De hecho, creo que lo extraño e inesperado, tras millones y millones de años de selección natural, sería una especie de individuos todos iguales, es decir, por naturaleza solo “normales”, sin singularidad, o bien: solo iguales y no iguales y diferentes a la vez. No creo que la evolución perdería su tiempo avanzando hacia semejante trivialidad…

(foto tomada de The Jane Goodall Institute)


Genéticamente, por ejemplo, todos los seres humanos vivos actualmente somos prácticamente los mismos, nuestras diferencias parecen deberse a partes o expresiones ínfimas del genoma… Somos, incluso, apenas 1.5% o 2% diferentes, genéticamente, de los chimpancés; tanto así que genéticamente hay más semejanza entre los chimpancés y nosotros que entre los chimpancés y los gorilas. ¡Cuánto más no seremos “los mismos” todos los seres humanos!

Visto de otro modo: todos los seres humanos vivos actualmente tuvimos un ancestro común no hace tanto tiempo, quizá, según algunos estudios, unos 200000 años. Ya dicho, esto suena bastante obvio, ¿pero cuántas veces lo pensamos así mientras le anunciamos augurios escatológicos al tipo que se saltó el alto y casi nos choca, o a alguien cuya gran diferencia de nosotros es haber nacido del otro lado de una frontera totalmente convencional, política y no más que eso? Compartimos, por ejemplo, todos los seres humanos vivos actualmente, una sola madre, aparentemente africana, que vivió hace tan solo unos 200000 años. Todos somos sus descendientes: iguales. Y cada uno es único: diferente. Con el mismo vocabulario genético es posible crear billones y billones de criaturas distintas y tan similares como todos nosotros: todos los seres humanos que han existido, existen y existirán. Es algo análogo a lo que pasa con cualquier lengua: con un vocabulario finito, aunque siempre en formación y transformación, podríamos llegar a la eternidad escribiendo, por ejemplo, novelas diferentes. Un mismo vocabulario y unas mismas reglas gramaticales pueden usarse en prácticamente infinitas combinaciones. De ahí, supongo, el refrán: cada uno es un mundo. Pero un mundo, en efecto, construido con los mismos ingredientes y las mismas herramientas con los que cada otra persona habita y rehace su propio mundo. Las herramientas genéticas son las mismas, pero el orden y sus expresiones son distintas. Iguales, pues, todos, cada uno es único. En la naturaleza lo normal es ser único.

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14 abr 2007

plantas


Las plantas se dejan mover en el azar del viento.
Parecen felices.
Parecen tenerlo todo: raíces, frescura, vigor, colorido, y reciben sol y aire y lluvia y bailan con el viento en movimientos improvisados, sin programación previa.
A veces imagino que así debe ser la alegría. Aunque no la felicidad: la desgracia única de las plantas es no poder cambiar de sitio por su propia voluntad.
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