15 ene 2007

ecos

Los días pasan y no hay más remedio que verlos pasar.

Luego vuelven las palabras –siempre encuentran cómo volver–. Odiosas. Insistentes. Como turistas después de un largo viaje. Cansadas, obligadas. A veces malqueridas. O sometidas. Uno las quería ausentes, como los recuerdos lejanísimos de buenos tiempos vividos. Ausentes para siempre: irrepetibles. Pero se repiten y vuelven a ser las mismas, tan campantes, necesarias, vanidosas, solares a veces y amenazantes.

El silencio nunca se deja llenar de silencio.

Aunque el agravio no es el silencio, sino la indiferencia. Uno se sabe solo, pero no, como Narciso, a pesar de oír ecos, sino porque los reflejos no hacen ruido, no tienen voz, nada, ni siquiera un eco. Ni siquiera un eco.

Uno ya no las quería; pero siempre vuelven las palabras como vicios, certezas o condenas.

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