23 feb 2006

jazz voy a trabajar


Ayer, mientras trabajaba, estuve toda la tarde escuchando a Nina Simone y a Dinah Washington. Pasé varias horas en estado de arrebatamiento y hoy me levanté aún preguntándome de dónde sacan esas mujeres tanto desgarramiento, tanto afecto. ¿Cómo es que la vida, en ellas, se hace así de expresiva, rítmica? ¿O cómo es que tanto aparente dolor puede, sin embargo, invitarnos a querer seguir vivos, más bien vivos ante la soledad o el desamor?
En voces como esas, la música tiene el raro don de hacer sonar incluso al dolor como celebración. Nos deja vivir aceptando las trastiendas y sótanos de la cotidianidad como necesidad, o precio, o simple enseñanza... Es que no tendría sentido vivir sin tener que aprender a vivir, como un robot que naciera ya con todo programado. Algo tiene que doler a veces, es así de simple, no somos ángeles, y creer que sí lo somos (fingir que no pasa nada, que siempre todo está bien, que es “pecado” o “debilidad” entristecerse a veces o simplemente decretar días blues porque sí) no sólo implicaría, creo, hacernos cada día más cobardes, sino también hacernos incapaces de hacer música como esa, por ejemplo, o incluso de escucharla y disfrutarla arrobados o enajenados o sencillamente satisfechos.
La música, decía Henry Miller, es el arte que mejor conduce al silencio. Quizá más que la escritura. ¿Será por esto que siempre me ha parecido que el escritor promedio tiene envidia del músico, e incluso que debe tenerla? Sí, ya sé que son talentos distintos y cada uno tiene su arte, etc., y que en ambos interviene de especial manera el silencio (sin silencio sería imposible hasta el lenguaje, cualquier lenguaje: sin pausas de silencio todo sería un ruido ininteligible, sin espacio en blanco entre palabras o letras nada haría que se distinguieran unas palabras de otras: los significados serían imposibles…); pero es que a veces cierta música tiene sencillamente una virtud que no tiene ninguna escritura: le da ritmo al cuerpo, lo acompasa de modo que uno, cuasimilagrosamente, hasta es capaz de trabajar en cosas aburridísimas sintiéndose lozano o alegre, o al menos sereno, y ya eso es bastante.Ahora empiezo otro día de trabajo. Voy a probar con Billie Holiday.


17 feb 2006

plagiarse a uno mismo

Hace un rato dejé de trabajar y, sin razón aparente, me puse a hurgar en una vieja caja y encontré unos papeles sueltos de los que no tenía la más mínima memoria. Generalmente desecho los remedos de poesía que a veces me atrevo a improvisar –nunca se me ha dado bien la poesía, desgraciadamente–, pero estos papeles estaban ahí abandonados y sin dueño en una vieja caja de cosas, de todo ese tipo de cosas que al menos yo voy poniendo en una caja cualquiera cuando no sé dónde más ponerlas (lapiceros sin tinta, mapas, encendedores de cuando fumaba, etc.).
Los papeles no tenían dueño porque, a pesar de que están escritos con mi letra (e incluso uno tiene fecha: julio 2000), yo ni los recuerdo ni los reconozco. Curioso, pues, que algo que uno escribió, de pronto (o no de pronto sino más bien después de un tiempo) pueda ser de un extraño. Porque si alguien me hubiera leído eso que está ahí escrito de mi puño y letra y me hubiera dicho que lo escribió fulano de tal, yo le hubiera creído, y como no me parece nada especialmente sugerente, seguramente lo habría olvidado de nuevo (¿por eso lo habré olvidado la primera vez?)
Otra posibilidad: podría yo plagiarme a mí mismo, pues si usara esos apuntes olvidados y dijera que son “míos”, ¿lo serían en realidad si yo no recuerdo haberlos escrito, si los escribió alguien que ya no es el que soy, hoy, aquí? ¿O quizá los copié de alguna parte y en realidad no son míos?
Estas cosas son aporéticas y dan un poco de dolor de cabeza... En todo caso, no sabía qué hacer con los benditos papeles, estaba entre botarlos o guardarlos con mis otros papeles, los que si están ordenados y que sí reconozco como míos, mis cuadernos o diarios, mis infinibles borradores. Pues decidí hace dos minutos no hacer ni una cosa ni otra, sino esta: copiar aquí esto que es mío y no es mío a la vez para que así, tal vez, sea de verdad de nadie o de todos, que ya nunca lo sabré.
(De todos modos es común, creo, que la gente escriba cosas para deshacerse de ellas.)

(papelito 1)

Extiendo las manos y lo único intocable son tus ojos.
Las cierro. Tu mirada es un golpe.

(papelito 2; creo que hace juego con el 1 porque es el mismo tipo de papel, arrancado sin duda de una libreta de resortes, muy pequeña, de renglones anchos…)

Sabré que he muerto cuando tus ojos me lo digan.
O:
Sólo tus ojos dirán que he muerto, y tendrán razón y no podré saberlo.

(papelito 3, con fecha: julio 2000; es una hoja corriente de cuaderno)

Hay una silla vacía y nadie se sienta en ella. Me detengo y miro la silla vacía. Es mía, sé que es mía. Y me siento como si fuera quien soy.
¡Pero dónde está la silla!



Bueno, ya está. Y otra vez no sé qué hacer con los papelitos. Tampoco sé qué hacer con mi memoria, que cada día es peor y me abandona a mí mismo de mí. Tendré que seguir sin saber dónde está la silla.

15 feb 2006

clima cuenta votos



Hoy vi a un amigo que no veía desde hace meses. Tenía una gripe medieval, casi de una semana de duración, y así me explicó por qué andaba con bufanda de pura lana en San José en febrero, cuando se supone que es verano.
Quisiera mucho que alguien me explicara qué diablos ha pasado con los veranos en CR, por qué cada año duran menos, por qué los días soleados a reventar de azul son ahora tan escasísimos que parecen premios de lotería. Por ejemplo, hace dos noches llovió toda la noche en San Pablo de Heredia, con vientos colosales y fríos también colosales.
Ya no se entiende ni el clima, es como si también al clima se le hubiera antojado hacerse posmoderno o algo así… ¿Será que el trópico se está corriendo, aburrido de estar siempre en el centro…? ¿O que el sur quiere tanto llegar al norte que está empujando o pujando y eso trastorna hasta las nubes?
Algo de eso en principio no estaría mal, pero lo que no es aceptable es por qué nadie avisa, para poder sacar bufandas o vacunas contra la gripe cuando no corresponde. O al menos que avisen que ya nada va a corresponder con nada, para que uno esté preparado a vivir sin prepararse para absolutamente nada: en la más abigarrada improvisación o el más irracional capricho. Digo, para muchas cosas está bien la improvisación y la aventura, eso es obvio, pero el abuso o el extremo casi siempre termina fregado, o fregándonos, como cuando uno se asoma por la ventana una mañana y parece que hará calor de sauna y tres horas después hace frío ártico, con lo cual queda uno ridículamente vestido con su t-shirt sin mangas y en chancletas.
¿Será que también el clima está padeciendo o identificándose con el conteo de votos?

13 feb 2006

de un gustazo a un trancazo

“Después de un gustazo un trancazo.” Mi abuela era un refranero ambulante. Y ese era uno de sus preferidos. Lo decía, sí, con cierto moralismo, como si, entonces, fuera mejor no darse tantos gustazos, o sólo gustos, sin superlativo, para que después el regreso a la “normalidad” o la cotidianidad –el trabajo, las obligaciones, despertarse temprano, no poder decir que no, etc.– no fuera tan brusco o doloroso. Bueno, también lo decía como todo el mundo, cuando uno, por ejemplo, se resfriaba porque se quedó hasta tarde en la noche en mangas de camisa o más liviano, por estar disfrutando de alguna actividad "pecaminosa" o excesiva…
En todo caso, recuerdo hoy a mi abuela y su refrán porque, en efecto, hoy para mí ha sido un trancazo tener que volver de golpe a las obligaciones, los deberes, y dejar de pasear y pensar aislándome de todo y escribiendo mentalmente en ese otro vasto desierto en que se convierte la cabeza frente a paisajes tan inhumanos, tan vacíos de miradas y juicios y costumbres y miedos… ¿Por qué no podemos, simplemente, dedicarnos a lo que más nos apasiona? Quizá sea una pregunta a la vez infantil, justa e idiota. No sé. ¿O por qué cuesta tanto, por qué tiene que ser tan difícil? ¿Quién ha organizado todo para que parezca que uno sólo debe querer ser médico o ingeniero, abogado o administrador?...
Algunos días me siento particularmente vencido. Tener que gastarse en cuatro o cinco trabajos sólo para poder comer y cuando uno sólo quisiera, por ejemplo, escribir…
Perdón, será que hoy me levanté con un hilo de amargura, anticipando el trancazo, tanto trancazo repetido...
Las abuelas sí sabían usar los refranes, y sólo por eso eran ciertos.

11 feb 2006

Lo inesperado

Uno sale de paseo con una meta: va hacia tal o cual lugar. Uno anticipa que el camino puede ser interesante, pintoresco, llamativo; pero uno también sabe que puede ser monótono: una noche apagada o impenetrable, por ejemplo. Pues pasa a veces –acaso casi siempre– que se disfrutan más los caminos que las metas. O más exactamente, no el camino mismo sino sus momentos y territorios imprevistos: las verdaderas sorpresas. Supongo que es por esto que para tanta gente haya sido el viaje la más fiel metáfora de la vida. Uno puede planear su vida como un programa, anticipar cada giro, prever cada encuentro, decidir todo de antemano, pero la vida casi siempre se las arregla para romper con todos los programas. (Esta idea o imagen me persigue obsesivamente…) Vivir es un viaje por un laberinto interminable. Pero cada quien debe decidir si se detiene o continúa: si prefiere las metas o los caminos, lo estable o lo inesperado. Claro, también pasa que uno se inclina a lo inesperado y no llega nada… ¡Es que entonces ya lo estaría esperando! Lo inesperado no puede siquiera esperarse, es lógico, ¿pero entonces cómo inclinarse a lo inesperado? Ha de ser un talante, una disposición… Es similar a cuando nos dicen que para poder meditar correctamente, no debemos pensar en nada, ni siquiera en no pensar… Por este tipo de aporías es tan difícil aprender a vivir, a pesar de que no es sino eso lo que más hacemos desde que nacemos…
Creo que lo mismo pasa con la escritura: es un viaje cuyos finales siempre son provisionales, nunca necesarios, y sólo una excusa para seguir, escribiendo, viajando, viviendo. Y a veces la vida sólo llega a ser soportable si la vive uno día a día, sin forzarse a verla de fuera como una novela, una caricatura, una historia… Pero de pronto, precisamente porque no se esperaba nada necesario del día siguiente, lo inesperado aparece como una revelación, un apocalipsis –fin, iluminación, renovación–, y la noche apagada o impenetrable se abre y el camino vuelve a ser esencial y bienvenido, lo único esencial: no sé adónde llegaré pero hoy el día está de mi lado; un respiro más, una palabra más, tal vez otra mirada u otra caricia, una más; o bien sólo una paz muda y súbita, simple, una pausa, un final provisional, otro más. Uno sabe entonces que lo demás, si lo hay, llegará a su tiempo. Es que hasta el universo, aunque tenga sus leyes, desconoce su propio porvenir. Vivir, de otro modo, sería una imposibilidad lógica…

De vuelta...

Sólo unas imágenes...