31 dic 2005

humanos Kong-icidas


Ayer vi King Kong de Peter Jackson. No me interesa decir nada de la calidad o no de la película en términos cinematográficos, me aburre un poco hablar en esos términos, con las películas prefiero quedarme con los afectos que me producen. Pues lo que más pensé, incluso con rabia, mientras veía la película, es en la vergüenza que somos los seres humanos. Somos el único animal cruel, nosotros inventamos la crueldad. Porque un animal cualquiera obviamente no es cruel, el animal mata por hambre, para sobrevivir. La crueldad aparece cuando se mata por dinero, por fama, por entretenimiento, o simplemente porque nos da gusto el sufrimiento de otros. Y no hace falta matar, claro, también es cruel hacer cualquier daño por dinero, fama, entretenimiento, hacer daño sabiendo que lo hacemos o sin que nos importe un rábano el sufrimiento de otros, personas o animales. Todo esto es trillado, ya lo sé, pero es que llegados a esto, también nosotros mismos, los humanos, estamos trillados: agotados, saturados, somos repetitivos, bastante imbéciles, en realidad, nos cuesta tanto aprender y repetimos las mismas mierdas una y otra vez… Saliendo del cine escuché unos comentarios de unos adolescentes que sólo vieron en el filme la historia de una bestia idiota que se enamoró y que por eso, sólo por SU culpa, terminó muerta, etc. Si la historia de Kong fuera real -¿pero no lo es, no es la historia misma del ser humano?-, la repetiríamos una y otra vez y mataríamos al bicho una y otra vez, porque sí, porque podemos, para nada.
(Sobre la repetición, pienso por ejemplo en el relato de "El gran inquisidor", capítulo de Los Hermanos Karamazov de Dostoievski; se narra allí algo similar: se muestra con amargura cómo somos tan cretinos que, aun en el caso de que Jesús fuera lo que dicen los cristianos y volviera, esos mismos cristianos lo crucificarían de nuevo, como si no hubieran aprendido nada en 2000 años de historia.)
Es para desesperarse. Ya no sabe uno qué es mejor, ser ingenuo o lúcido; yo, dependiendo del día, me esfuerzo por ser una cosa u otra; aunque siempre por ser otra cosa que un humano asesino de “kongs”… Y bueno, también hay en la película, claro, infinidad de otros temas, lo monstruoso y la soledad, por ejemplo, porque evidentemente lo que más quiere Kong es compañía; y la entrega por amistad o amor, por ejemplo en la insistencia en seguir queriendo salvar a la "damisela", etcétera... Y sin embargo no conseguí poner la rabia a un lado, tanto han sufrido ya tantos "gorilas" reales, tantos animales...
En fin, hoy es 31 de diciembre y me hubiera gustado escribir algo más “edificante” o alentador para el nuevo año; o haberme planteado con toda seriedad alguno de esos propósitos que se rompen a las pocas semanas; simplemente no encontré la voluntad. Un año más o uno menos, de todos modos, parece igual, pasan milenios y hay muchas cosas que siguen igual. ¿No debiéramos renunciar a lo que hemos sido? ¿No deberíamos prescindir ya de eufemismos y esperanzas cansinas? Bueno, ese sería un buen propósito: renunciar a los eufemismos… En todo caso ¡feliz y paciente año nuevo!
Esta bueno este texto sobre Kong: De King Kong a Fernando Savater

30 dic 2005

gramática del viaje

Uno corre desesperadamente hacia una ruta lejanísima y no hace más que correr. A uno le han enseñado con firmeza que lo importante es correr hacia esa meta y nada más. En el camino uno atraviesa praderas apacibles y selvas abigarradas, ciudades efervescentes y caseríos caducos; y estíos y tempestades y limbos; y a los lados del camino uno ve siempre de reojo a cientos o miles de personas, y con algunas intercambia palabras, de pasada, claro, un saludo, gracias, nos vemos; otras hasta lo animan a uno a seguir y otras se esfuerzan por contenerlo y uno se siente con ellas como un grito sólo pensado. Pero uno quiere por fin –por fin– llegar a la meta. La meta es un sueño, una obsesión, una necesidad; llega a ser lo único real o definitivo y uno no sabe si eso es ridículo o heroico o ambas cosas; y uno llega a no saber nada, o quizá sólo esto: los demás no dejarán jamás de juzgar, es decir, juzgarán de cualquier manera, y entonces sólo depende de uno si decide seguir o detenerse –como un grito sólo pensado–. Llegar, pues, o creer que se llega –lo cual es también detenerse– o seguir siempre en camino.

En realidad, esas opciones pueden parecerse demasiado, porque justo allí donde uno cree que acaba un camino casi siempre empieza otro, y a veces al instante vuelve uno a creer que también este tendrá una meta real o definitiva, etcétera… En esto quizá nada tenga certeza y seguramente es mejor que no la tenga, pues de otro modo no se podría vivir, o sería absurdo: no podemos decir que viva una máquina, algo o alguien que siga un programa.
En lugar de un pro-grama (algo escrito de antemano), la vida es una gramática, y con ella, claro, uno puede hacer una guía telefónica o el Quijote, o uno puede dejar de caminar y contemplar para siempre el mismo paisaje –dolor, inercia, resignación– o seguir caminando. ¿Adónde? Siempre, dichosamente, se puede decidir estando ya en camino. Ese es precisamente el sentido de la gramática del viaje, uno siempre tiene la opción de hacer un giro y caminar en otros sentidos. Hace tiempo, con unos viejos amigos, salíamos de viaje a la playa con todo organizado excepto nuestro destino; a medio camino hacia las playas –toda una provincia disponible, cientos de opciones variadas– tomábamos un mapa y con los ojos cerrados alguno de nosotros señalaba dónde ir. Fueron los mejores viajes. Siempre es posible programarlo todo o dejar que la gramática nos auxilie con su abismo de posibilidades a mitad de camino. Nada está escrito hasta que se escribe. Vivir es dejar un registro, vivir es escribir la vida: dejar un registro imborrable de hechos; y por eso, de vuelta -como decía Henry Miller-, escribir es volver a vivir.
Por otro lado, cualquier programa está sujeto a sufrir accidentes, es que en la vida pasa lo mismo que en los textos, siempre acaban, pero siempre pueden volver a comenzar.

"La metáfora apropiada para el proceso de la vida quizá no sea el tiro de un par de dados, ni el girar de la ruleta, sino las frases de un idioma, que llevan información parcialmente predecible y parcialmente impredecible." (Jeremy Campbell)

28 dic 2005

tardes quietas

Escapar por una esquina cuando están a punto de alcanzarte, volver a mirar y ver que no vienen, un respiro, pero sentir aún sus pasos y arrastrar su aliento. Oír sus pasos en el fondo de las calles, ver sus ojos entre todas las miradas, percibir el miedo como un animal. Intentar correr más rápidamente y extenuarse, y seguir levantando los pies pesados como historias, y llegar a saber que no hay meta, que todo depende de saber cómo dar los giros, cuándo hacer pausas y cuándo saltar, o dormir u olvidar; y en cuáles esquinas doblar, cómo no repetir las mismas calles, y avanzar –es un decir, claro– por este laberinto sin salida con la lucidez de saber que es un laberinto sin salida, y encontrar a veces de pronto tardes soleadas y quietas y entender que eso era todo: multiplicar las tardes soleadas y quietas.

vislumbres del mundo horrible


1. Algunas personas creen que las últimas elecciones en EEUU fueron manipuladas. Dicen que en un motel del sur de “América” asesinaron a un detective privado que investigaba la ruta de unos dineros que podrían haber financiado el fraude, cometido por computadoras y prácticamente imposible de rastrear.
2. Hace más de 100 años, diagnosticando “la muerte de Dios”, Nietzsche creía que nuestra época era la cúspide del nihilismo. El panorama era este: el ser humano, liberado de milenios de creer en ingenuos trasmundos, podría convertirse en súper-humano (o trans-humano) gracias a una transmutación vital de los valores. Pero, antes, este cambio requería la globalización masificada del “último hombre”: un ser humano banal, idiotizado, ocupado única y egoístamente de su propia supervivencia. Hoy los “últimos hombres” aún reinan y con mayor poder. Vivimos, por ejemplo, un extraño resurgimiento de fundamentalismos y de neoimperialismos religiosos. ¿Cuál Dios moría, entonces, cuál idea de Dios perdía todo su valor? ¿Es que debe recuperar su máximo de energía antes de morir? ¿Y asoma ya en nuestro mundo el “transhumano” que esa muerte anunciaba? ¿Cuáles son los valores nuevos de la humanidad? Aparentemente sólo tenemos valores viejos redivivos en formas más brutales y absurdas… ¿Es simplemente que vivimos otra época inquisidora, es decir, también otra época renacentista? Cualquier renacimiento es doloroso, no está asegurado, llega a ser infernal…
3. Dicen que cerca del 80% de la población mundial vive en pobreza. Y leí por ahí que las 225 personas más ricas del mundo tienen la misma riqueza que el 47% de la humanidad; no sé si el dato es verídico pero bien podría serlo. El hambre y el sida matan masivamente en África y otros lugares y sólo 12% de quienes los necesitan tienen acceso a los medicamentos adecuados. Hasta el gobierno de Canadá, tan civilizado para otras cosas, masacra a cientos de miles de focas de maneras grotescas denunciadas por organismos internacionales como el IFAW.
4. En general, el mundo se divide cada día más en extremos en guerra: republicanos imperialistas y demócratas liberales; fundamentalistas e ilustrados; retrógrados y progresistas; pobres extremos y ricos extremos; xenófobos y hospitalarios. Pero los extremos son excluyentes y no pueden convivir en un mismo espacio. Es lo que alguien ha llamado, análoga y metonímicamente, el “problema de Jerusalén”, es decir, la falta de voluntad para ceder radicalmente y poder compartir un espacio por el cual se pelean de manera excluyente diversos grupos. Se podría incluso decir –exagerando un poco, y qué más da: hoy todo es exagerado– que el mundo sólo va a poder transformarse en un mundo mejor cuando este problema en todas sus versiones –cotidianas y globales– se resuelva de una manera no violenta, no excluyente, es decir, de una manera inédita en la historia humana: sin que los extremos necesiten –aunque sea simbólica o psicológicamente– vencer totalmente uno sobre otro.
5. Al mismo tiempo los procesos de globalización parecen imparables. A pesar del “no” de franceses y holandeses, el mundo –no sólo Europa– sueña con unificarse de alguna manera. Pero no puede hacerlo si está regido por extremos en conflicto. Lo cual no quiere decir que la solución sería, en efecto, que sólo quedara finalmente un extremo vencedor. Ese fin se llamaría Apocalipsis y ya sabemos cuál es el vaquero o jinete que sueña con liderar el armagedón. La unificación no debiera significar totalización, sino algo muy distinto: la convivencia o simbiosis de la mayor diversidad posible. No un extremo ni el otro, sino un mundo que no estuviera regido por extremos ni extremistas.
6. Sueño de opio, seguro. Porque el mundo es hoy mayoritariamente horrible, si uno lo mira sin velos idiotas en la cara. Y sin embargo, que el mundo sea horrible no impide que sea hermoso poder todavía mirarnos a los ojos y encontrar, a veces, esa huella sin nombre que ningún capital ni ningún imperio puede arrancar de la mirada de una criatura viva. Homo ludens, decía alguien, porque también somos placer y juego. Y precisamente porque el mundo es horrible debemos entregarnos más al placer y al juego y abandonar los viejos valores. ¿No harían eso los “superhombres”? Porque siempre hemos querido cambiar al mundo con guerras y discursos y megalomanías, y siempre ha sido lo mismo o peor. Habría que intentar cambiarlo mediante la simpleza de habitarlo de otras maneras. Seguramente nunca podremos eliminar todo lo horrible del mundo, pero sí debiéramos dejar de creernos capaces de eliminar todo lo horrible con lo más horrible de todo: la uniformización, la imposición, la intolerancia...
7. Leyendo a Sade uno aprende –entre otras muchas cosas– que en un espacio donde todos luchan por destruir a los demás, en el momento en que quedara un único triunfador, solo consigo mismo, a este triunfador no le quedaría más opción que aniquilarse también a sí mismo –tal es la lógica de este tipo de poder– porque sólo así su triunfo sería absoluto. O absolutamente ridículo.

[ilustr.: Bruegel el viejo, Triunfo de la muerte]

27 dic 2005

escribir

Escribir. Simplemente bajar el lápiz al papel, como bajar la guardia.
Escribir es aceptar, de antemano, ser declarado culpable. Pero a la vez es tener la posibilidad, mientras se pueda escribir, de ponerse de nuevo en guardia, acaso con una nueva postura.
No se puede escribir y, al mismo tiempo, renunciar a la inteligencia; aunque ciertamente muchos lo intentan: por ejemplo quienes creen que dicen más cuando dicen las cosas sin pensarlas demasiado. Creen que si la gente “pensara” menos y “sintiera” más, el mundo se perfeccionaría. Obviamente, darse cuenta de lo trillado y anticuado de una simplona oposición como esa es algo que no pueden hacer…
Por ejemplo, siempre ha habido personas que se han opuesto a la filosofía argumentando que es inútil, o que no es científica o que es ajena a la vida. Lo que no ven es que incluso cuando lo que quieren es no filosofar, hacen filosofía (se filosofa cuando se argumenta en contra de la filosofía), pero entonces el resultado es una mala filosofía, o ingenua o trillada. Dicho de otro modo, oponerse a la filosofía sin haber pasado por la filosofía sólo puede conducir a una retahíla de lugares comunes filosóficos, y a estos la filosofía se los quita de encima como moscas… Hay pues que pensar para oponerse inteligentemente al pensamiento, y acaso no haya salida de este círculo.
En consecuencia, escribir con la intención de no pensar, creyendo que así se reflejará mejor la vida diaria, sólo puede llevar al lugar común o a la frivolidad. El secreto, supongo, radicaría en aprender a disimular lo pensado. Habría que escribir sólo textos bellos o inteligentes –o ambas cosas–, y pesados y complejos como la vida, pero de una apariencia tan ligera que supieran flotar frente a los ojos lectores como plumas o alientos policromos…
[ilustr.: Goya, La maja desnuda]

26 dic 2005

escribir sobre nada

Cuando no se sabe sobre qué escribir, siempre es una tentación escribir sobre escribir o escribir sobre nada. Al menos se puede pretender escribir sobre nada, porque obviamente es imposible: nada se puede decir de la verdadera nada, ni siquiera, por supuesto, que es verdadera...
En todo caso, hasta las banalidades se pueden escribir con ingenio, con lo cual la banalidad adquiere al menos un valor estético.
Espero no tener que recurrir constantemente al intríngulis, pero no he sabido inaugurar este espacio de otro modo. Este es para mí un fenómeno atractivo y terrible: durante años lleva uno diarios y sabe que están ocultos en una gaveta y que nadie les echa ojo, pero si de pronto se atreve uno a escribir públicamente... Allí empieza el juego, pues ¿cuán diferentemente escribimos cuando sabemos que lo escrito será público? Por otro lado, la privacidad total tal vez sólo sea una ilusión, no importa si el cuaderno se engaveta bajo llave, es decir, quizá el solo hecho de rasgar un papel con palabras o de golpearlas en un teclado sea ya, inevitablemente, de algún modo publicarse, ser parte de algo más vasto y complejo que uno-mismo. Tener voz es quizá fundamentalmente sólo eso: ser siempre cómplice de algo. El asunto es de qué.
Veremos.